Catedral de Sal



Una pregunta recurrente… ¿por qué la Catedral de Sal de Zipaquirá… fue elegida para esta obra?

Muchas de las respuestas del por qué, están narrado en la obra impresa.

No obstante, como para agregar conceptos que no están editados en el libro, me permito adicionar:

Existe una canción que en la Argentina escuchábamos desde niño, denominado "la Misa Criolla”, una composición de Ariel Ramírez, en la versión cantada generalmente por Zamba Quipildor, o por los Fronterisos y la percusión de Domingo Cura

Había una parte que decía…

“Gloria a Dios en las alturas…
Y en la Tierra paz a los hombres,
Paz a los hombres, paz a los hombres, paz a los hombres
Que ama el Señor…”

Para un niño, ese concepto de “Gloria a Dios en las alturas…” nos precisaba de manera irrefutable que Dios estaba sólo en los cielos, marcándonos a fuego como algo intocable, que no se puede acceder y por lo tanto impenetrable para nuestra finita mente humana.

Las lecturas, los problemas, el amor, los logros, las frustraciones, las personas que nos toca cruzarnos mientras caminamos por este lado de la eternidad,  como decía el Polaco Goyeneche: la vida misma, nos han comprobado que Dios no sólo está en las alturas, sino quizás mucho más cerca de los que todos creemos.

Es en ese sentido que el hecho de adorar al Creador, no en una imponente Basílica de cientos de metros de altura, con ornamentos en oro, sino en la profundidad de una montaña, fue todo un signo que chocaba con los conceptos que desde niño abrazamos como cierto.

Usted mi estimado lector, puede sacar sus propias conclusiones al respecto, pero permítame pensar, que el hecho de encontrar una majestuosa obra arquitectónica, en donde no existen ventanales, ni vitrales exquisitos, ni pinturas de Buonarotti, ni mármoles, ni oro, ni plata, ni columnas corintias o griegas, sino la humilde paredes de una salina milenaria, en las profundidades de una montaña en los valles Colombianos, fue al menos para mí, todo un signo de replantear muchas cosas que aprendiéramos desde nuestra infancia.  

Por ello, lo invito a leer esta obra con la simpleza que esa Catedral de Zipaquirá enseña diariamente a sus visitantes: imponente, majestuosa, imperturbable, virtuosa, y al mismo tiempo humilde, despojados de ornamentos y con una visión de cómo deberíamos ser en nuestra vida diaria…

Bienvenidos entonces a: “Samilena, y sus lágrimas de sal…”




Horacio Marcelo Canteros © 2013.





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